Esperando a Dios
Querida Filipina:
Cuando te conocí, me quedé impresionada por tus muchas cualidades, que hablaban profundamente a mi corazón. Hoy quiero reflexionar contigo acerca de tu paciente espera, en la fe y en la esperanza, para cumplir tus sueños.
Comenzó en 1792 cuando el monasterio donde eras novicia fue confiscado y tuviste que regresar a casa. Luego siguieron años de espera antes de unirte a la Sociedad, de ir a América, y finalmente, en 1841, a los Potawatomi, demasiado anciana y enferma para hacer cualquier cosa excepto ser “la mujer que reza siempre”.
¿Qué mensaje tienes para nosotras hoy, Filipina? En nuestro mundo del café instantáneo, comunicación, gratificación, incluso la felicidad, ¿hemos olvidado cómo esperar? ¿Esperar y orar? ¿Hemos olvidado cómo seguir un sueño? ¿Cómo apuntar alto?
¿Qué te dio la inspiración para seguir llamando a la puerta del Señor, creyendo que tu oración sería concedida? ¿Fue tu intensa vida de oración? ¿Tu amor por la Eucaristía? ¿Cómo aprendemos a discernir si el Señor está diciendo "no" o "sí, pero no todavía"? ¿A “esperar el tiempo de Dios” y saber cuándo llega?
Sólo los pobres saben esperar. Enséñanos aquella pobreza de corazón que sabe que no puede hacer nada por sí misma, está abierta a la voluntad del Señor y lista para esperar que se manifieste. Enséñanos a tener visión, a viajar a nuevas fronteras, a perseverar en nuestros sueños, a esperar su cumplimiento. Tal y como lo hiciste tú.
Autora: Katie Mifsud, RSCJ, Comunidad de MaltaImagen: Milton Frenzel