Filipina, en un cruce de caminos
Escribir sobre Filipina es centrar la mirada en alguien que destacaba por su tesón. Mujer valiente y tenaz, superó múltiples infortunios con la fuerza propia de quien sabe que posee una verdad, la del amor de Dios, que debe ser conocida más allá por más gente. Descubrimos esa tenacidad en su temprana vocación a los doce años, en su admiración por San Francisco Javier, en Grenoble como novicia salesa, en la profunda amistad con Magdalena Sofía, en la obediencia que la retuvo en Francia hasta sus 49 años… Su fuerza está en su carácter, en su modo de ser, pero también en el mensaje que le abrasa el corazón.
Filipina fue una mujer toda pasión, pero solo por ella misma quizás nunca habría alcanzado su objetivo. Hacía falta un imprevisto, una casualidad o la providencia de Dios. Encargada de la portería de la casa madre en París, el 14 de enero de 1817 recibió una visita para Magdalena Sofía: Monseñor Guillaume-Valentin Dubourg. Estaba ante el nuevo obispo de Luisiana y las Floridas y sabía que podía haber llegado la gran oportunidad que estaba esperando. Cuando éste pidió religiosas para su nueva diócesis, Magdalena Sofía aceptó. Era el 16 de mayo de 1817 y había llegado el momento de dejarla marchar. La alegría de Filipina se tornó una dicha inmensa.
La necesaria voluntad humana y la asombrosa gracia de Dios son dos caminos que se unen en un punto inesperado. Hoy, como entonces, el Dios de la fidelidad irrumpe en nuestras vidas. Vivamos siempre dispuestos y atentos para descubrirle en el cruce de caminos.
Teresa Gomà, RSCJ, Provincia de EspañaImagen: Pixabay.com