Hacia lo desconocido
Quien comienza hacia lo desconocido no ve enseguida las dificultades del camino, porque la mirada se dirige a la distancia. Así Filipina, cuando se embarcó en el Rebeca el 21 de marzo de 1818 y navegó hacia un mundo desconocido, tenía casi cincuenta años, pero tenía la energía de la juventud, la urgencia de llevar el Evangelio a los que no lo conocían y un corazón lleno de esperanza. Todavía no sabía que a menudo los planes de Dios no coinciden con los nuestros, a pesar de que primero la Revolución Francesa y luego la larga espera la habían preparado. Más tarde, otros acontecimientos dolorosos le habrían recordado que "si la semilla no muere, no dará frutos". Y luego, junto a un pueblo sencillo que hablaba una lengua incomprensible para ella, sería "la mujer que siempre reza". Pero a lo largo del camino encontraría otras peligrosas dificultades: dificultades prácticas, el clima, la comida, la lentitud del correo, la salud cada vez más frágil, relaciones que no eran fáciles y, finalmente... Madre Galitzine. De esta manera, la intrépida Madre Duchesne, a través del camino del sufrimiento, de la humillación y de la oración, llegó a esa plenitud del don de sí misma que la transformó.
Creo que Filipina es grande no sólo por su celo apostólico, sino por el modo en que se dejó llevar, doblar y casi destrozar por grandes y pequeñas circunstancias. Durante su larga y difícil vida, obedeció siempre, sobre todo a Dios, pero también a las superioras y a las reglas religiosas y civiles, porque comprendió que la misión que se le había encomendado era "dar testimonio del amor del Corazón de Jesús" a través de la palabra y de la acción, pero quizás aún más a través de la oración humilde, silenciosa.
Rachele Gulisano, RSCJ, Provincia de ItaliaImagen: Luciana Lussiatti, RSCJ, Provincia de Italie