Mi amistad con Filipina
Rosa Filipina Duchesne fue beatificada en 1940. Cuatro años después, a la edad de trece años, comencé la escuela en la Academia del Sagrado Corazón en St. Charles, Missouri, durmiendo allí durante la semana. La escuela fue abierta por primera vez por Filipina en 1818. Cada noche, era una de las estudiantes que cerraban el santuario donde Filipina estaba enterrada. A veces nos llevábamos los chales negros de las monjas para salir y decirle buenas noches a nuestra "Madre Duchesne". Creo que aprendí a rezar cuando me arrodillaba alrededor de la tumba de mármol alumbrada solo con una llama intermitente procedente de las velas encendidas de color ámbar y verde que decoraban el lugar.
Para mí, la Madre Duchesne era una verdadera madre: tierna, cariñosa, interesada en todo lo que hacía cada día y dispuesta a ayudarme. Esas conversaciones nocturnas comenzaron una verdadera amistad con Filipina que todavía continua.
Después de mi profesión perpetua, me enviaron de Roma a Chile y Filipina Duchesne me acompañó de una manera especial. Fueron su coraje y fortaleza los que me acompañaron durante mi primer año, mientras lidiaba con 157 niños de la escuela intermedia sin saber el idioma. Filipina había logrado iniciar las escuelas sin conocer el idioma, así que le pedí que me diese fuerza para mantener mi sentido del humor. Luego, un terremoto destruyó nuestro convento y la escuela. Viviendo sin agua corriente ni electricidad, contemplando lo que Filipina había sufrido nos ayudaba a mantenernos alegres. Filipina enfrentó muchas dificultades y se mantuvo siempre serena. Nuestra amistad se intensificó cuando ella me ayudó a encontrar más tiempo para la oración. Mis veinte años como misionera en Chile deben mucho al ejemplo de nuestra Santa.
Helen Rosenthal, RSCJ, Provincia d’Estados Unidos – CanadaImagen: Academy of the Sacred Heart, St. Charles, MO